Por: Martín Sevilla Holguín
Durante la Segunda Guerra Mundial, en el año 1942, la nueva formada tropa “Ander” salía de la Unión Soviética junto a reclutas polacos recientemente liberados. En el camino, el grupo de nuevos soldados encontró y adoptó al que se convertiría en el miembro más importante y querido de todo el batallón. Wojtek (Guerrero Feliz) es el nombre con el que bautizaron al pequeño oso sirio que fue encontrado solo, después de que unos cazadores mataron a su madre. Los soldados polacos se enternecieron con la pequeña cría y lo adoptaron, alimentándolo con frutas, mermelada y leche condensada, que tomaba de una vieja botella de vodka.
Rápidamente, el oso se fue acostumbrando a la vida con los soldados y adoptó ciertos comportamientos humanos para tratar de imitarlos, como por ejemplo tomar café en las mañanas, masticar cigarrillos y hasta tomar cerveza. Se dice que Wojtek marchaba junto a sus compañeros y se paraba en dos patas en forma de saludo. En Egipto, cuando el escuadrón tuvo que embarcarse junto a tropas inglesas rumbo a Italia, los aliados británicos se negaron rotundamente a que Wojtek subiera al barco. Pero los polacos no estaban dispuestos a abandonar a su compañero, por lo que se decidió enlistar oficialmente a Wojtek como ”Privado”, lo que no solo le permitió embarcarse, sino que también le concedía una paga legal y raciones por ley.
En la batalla de Monte Casino, ayudó a mover cajas de munición, por lo cual lo promovieron a “Corporal” (Cabo). Cuando la Segunda Guerra Mundial llegó a su fin, la tropa se transportó victoriosa a Escocia, donde se decidió que Wojtek sería enviado al zoológico de Edimburgo, pues allí tendría un mejor cuidado y calidad de vida. Vivió ahí el resto de sus días, visitado por admiradores y periodistas de todo el mundo, que iban a conocer al veterano. Wojtek también recibió muchas visitas de sus excompañeros de tropa, a los que parecía reconocer de inmediato, pues se paraba a saludarlos en dos patas en al verlos. En señal de cariño, acostumbraban a lanzarle cigarrillos, que el viejo oso masticaba con gusto, tal como aprendió en la guerra.
Fuente: El Heraldo