Por: Martín Sevilla Holguín
En su cuento “El Perseguidor”, Julio Cortázar cuenta la historia de un crítico de Jazz que está escribiendo la biografía del genio musical Johnny Carter (la versión ficticia de Charlie Parker, un saxofonista revolucionario del Jazz). El relato nos muestra la frustración del crítico por capturar la esencia de Johnny Carter en su libro, tarea que se vuelve cada vez más difícil, pues el legendario saxofonista parece estar embarcado en su propia búsqueda de sentido. Carter es un adicto y a lo largo del cuento, vemos cómo se va disociando de la realidad, pero en sus pocos momentos de lucidez, explica que, al improvisar en su saxofón, escapa momentáneamente de la existencia y del tiempo cotidiano. Se fuga así a un lugar que no puede explicar con palabras pero que siente que es precisamente donde está la divinidad. Es a través de este cuento, con el que Cortázar ejemplifica perfectamente la esencia de su obra y estilo, sirviendo de perfecto precursor a sus libros más complejos como “Rayuela”, donde entra por completo a lo metafísico y la historia nos es narrada desde la perspectiva de un perseguidor como Johnny.
A primera instancia, la escritura de Cortázar puede parecer pretenciosa e innecesariamente complicada. Pero mientras más lo conoces y lo lees, te das cuenta de que Cortázar es también un perseguidor, que su forma de escribir delirante y surrealista, es en realidad el intento de poner en palabras algo que no se puede explicar a través del lenguaje. Por eso rompe con las estructuras tradicionales de la novela y deja la trama en segundo plano, porque quiere que el lector se dé cuenta de que en esta “otra realidad” las cosas no siempre tienen sentido.
A través de su trabajo, Julio Cortázar reta a sus lectores a que se conviertan en cómplices de su creación. La frustración, mareo y confusión que nos puede ocasionar leerlo son parte clave de la experiencia, nos obliga a empatizar y a sentirnos como Johnny Carter, que busca algo casi imposible de encontrar o asimilar dentro de los límites de lo racional. Como lo explica perfectamente el propio Cortázar, sus libros no están hechos para lectores pasivos, él escribe para otros perseguidores.