Por: Álvaro E. Sánchez Solís
La tauromaquia conjuga, en sus diferentes formas de manifestación, la expresión misma de la vida. Se obtienen aprendizajes importantes del empirismo vivencial, pero también se aprende del arte y más aún si se trata del arte de las artes, adorado por personas como Goya, Picasso y Dalí.
El viernes 12 de mayo, me encontraba disfrutando, por televisión, de las corridas taurinas por las Fiestas de San Isidro, en Madrid. Si bien el cartel de aquel día no era el más destacado de la Feria, prometía mucho con figuras como Daniel Luque, Francisco de Manuel y Ángel Téllez; sobre este último me referiré en esta columna. Ángel Téllez es un novel torero de 24 años, que tomó la alternativa en 2019, apadrinado por la figura más importante del toreo actual: Morante de la Puebla.
El primer toro le correspondió lidiar a Daniel Luque y, posterior al tercio de varas, salió Téllez a echar unos cuantos capotazos cuando, en un intento de hacer un quite por gaoneras, el toro arremetió contra el cuerpo del torero y le dio una espantosa voltereta que lo dejó paralizado en el suelo. Fue llevado a la enfermería de la plaza de Las Ventas y se cerró la puerta por un buen momento. Era el turno del cuarto toro cuando salió Téllez de la enfermería y, bajo su responsabilidad por haber sufrido un traumatismo dorsolumbar, lo lidió. La sorpresa de quienes vimos la corrida fue máxima y quedamos asombrados por la valentía del joven torero.
Si algo he aprendido de la tauromaquia es que, en la vida, uno tiene que levantarse de las cornadas y volver al ruedo a seguir luchando. La vida es el toro más difícil de lidiar, porque arremete sin contemplaciones y genera las cornadas más profundas. Nosotros, toreros involuntarios de la vida, tenemos que hacer, de las embestidas del destino, arte.
¡Superlativa contradicción la de la tauromaquia y la vida! La misma bestia que puede acabar con la vida del torero, puede darle gloria y reconocimiento. Así es la vida, que, pese a los momentos duros y complejos, nos llena de profunda satisfacción ante la consecución de los más altos logros. Sin embargo, los aplausos sólo se consiguen cuando, con templanza, disciplina y sacrificio, se trabaja una brillante faena.