“La iglesia nació de un soplido”, Misa Dominical

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A los cincuenta días de la Resurrección del Señor celebramos la venida del Espíritu Santo a la Virgen y a los Apóstoles.  El Espíritu Santo fue prometido por Jesucristo varias veces antes de su muerte y también después de su Resurrección, antes de su partida definitiva cuando subió a los Cielos.

Y… ¿quién es el Espíritu Santo?  El Espíritu Santo es nada menos que el Espíritu de Dios; es decir, el Espíritu de Jesús y el Espíritu del Padre.  Él es la presencia de Dios en el mundo.  Él es la promesa cumplida del Señor cuando nos dijo: “Miren que estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”

El Espíritu Santo es nuestro Maestro y nuestro Guía mientras vamos a la meta a la cual hemos sido llamados.  Y ¿cuál es esa meta?  Es el Cielo que el Señor nos muestra en su Ascensión y que ha prometido a aquéllos que cumplan la Voluntad del Padre.

En Pentecostés conmemoramos, entonces, la Venida del Espíritu Santo a la Iglesia y rogamos porque ese Espíritu de Verdad se derrame en cada uno de nosotros, que formamos parte de la Iglesia, para poder vivir todo lo que Jesús nos enseñó, para poder ser santificados por Él.

Y todos estos regalos del Espíritu Santo son los auxilios que Dios nos da para el desarrollo de nuestra vida espiritual, para ayudarnos en nuestra santificación, para ayudarnos a llegar a nuestra meta definitiva que es el Cielo.

He aquí el secreto para recibir al Espíritu Santo.  Para que el Espíritu Santo pueda santificarnos el secreto es la oración y para escucharlo, el audífono también es la oración: oración perseverante, frecuente, con entusiasmo, con la Santísima Virgen María.  ¡Ven, Espíritu Santo!

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