Por: Álvaro E. Sánchez Solís
En la vasta historia del Ecuador, son pocos los nombres que destacan tanto como el de Misael Acosta Solís. Este ilustre naturalista ecuatoriano, nacido en Ambato en 1910, dejó un legado invaluable en el estudio de la flora ecuatoriana, la botánica y otras ramas relacionadas con las ciencias naturales.
Acosta Solís dedicó su vida al estudio y la preservación de la naturaleza, convirtiéndose en una figura destacada en la historia de Ambato y una inspiración para las generaciones venideras. Su amor por el Ecuador lo llevó a recorrer incansablemente montañas, selvas y ríos de nuestro país, documentando la flora de cada región. Como él mismo dijo en una entrevista televisada, recorrió Ecuador «palmo a palmo».
Fue tan fecunda su actividad intelectual que llegó a escribir alrededor de 2500 artículos y publicaciones. Su trabajo fue reconocido en 1989 con la distinción más importante que un ecuatoriano puede recibir: el Premio Nacional Eugenio Espejo, en el campo de las actividades científicas. Además, fue condecorado con la Orden Nacional al Mérito en 1982.
En el marco de sus actividades investigativas, tuvo la oportunidad de conocer a Albert Einstein, con quien mantuvo una charla sobre la mercantilización de la ciencia, llegando a la conclusión de que «los científicos no podemos ser nunca ricos». Fiel a dicho pensamiento, Acosta Solís nunca ostentó lujos, y su patrimonio más importante fue su mente y el amor por su tierra.
Aunque Acosta Solís mencionó que quería vivir 100 años para publicar todo lo que había investigado, un desliz en una grada de su domicilio le provocó la muerte en 1994. Las palabras que he plasmado aquí no son suficientes para rendir homenaje a tan ilustre personaje, pero con esto, he querido aportar un poco para mantener viva su memoria en las mentes y corazones de los ambateños y ecuatorianos apasionados por la historia y la ciencia.