Las Lecturas de este Domingo tratan un asunto importante para el buen desenvolvimiento de la vida de los pueblos, de los gobiernos y de los gobernados.
El Evangelio de hoy toca un asunto político-religioso: la autoridad civil y la autoridad divina; la función del Estado y la función de la Iglesia. Se trata del episodio en el cual los Fariseos, pretendiendo nuevamente poner a Jesús contra la pared, le preguntaron si era lícito pagar impuestos a Roma.
Si decía que no -pensaron ellos- podría ser interpretado como desobediencia a la autoridad civil, en manos de los Romanos que tenían ocupado el territorio de Israel y lo gobernaban. Si contestaba que sí, podría interpretarse como una limitación de la autoridad de Dios sobre el pueblo escogido. La respuesta de Jesús fue clara y sin caer en la trampa: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.
Así que Jesús no estaba contra la pared. Con esta hábil respuesta -como muchas otras del Señor ante la insidia de los Fariseos- Jesús deja claramente establecido que el respeto y el tributo no sólo se le debe a la autoridad civil, sino que principalmente debemos darle a Dios lo que es de Él y a Él corresponde.
Volviendo sobre la moneda que Jesús pide que le muestren, ésta tiene esculpida la imagen del César. Y ¿qué imagen tenemos nosotros esculpida en nuestra alma? La de Dios, pues hemos sido creados a su imagen y semejanza. Y con el Bautismo hemos sido sellados con el sello de Cristo.
Entonces, hay que dar al César lo que es del César, pero más importante aún es dar a Dios lo que es de Dios: cuando llegue el momento de presentarnos ante Él, mostrémosle Su imagen esculpida en nuestra alma. Ése será el final feliz de nuestra propia historia de salvación.