En dos semanas celebraremos la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Por ello, las lecturas huelen a final. Y hablan de final. Es que hay que estar preparados, porque no sabemos ni el día ni la hora. Sería un buen modo de terminar la homilía, preguntando si estás preparado, pero resultaría muy corta, así que vamos a reflexionar un poco más.
Aunque no nos demos cuenta, la realidad es que vivimos nuestra vida terrena en espera del Señor, que puede llegar en cualquier momento para iniciar su Fiesta Eterna. Pero para poder entrar a esa Fiesta a la que todos somos invitados, tenemos que estar preparados, con nuestras lámparas llenas del aceite de las virtudes y de las buenas obras.
En la lámpara de nuestra fe hay que poner mucha Palabra, para que nuestra fe no decaiga. En el Bautismo nos ungieron, en la Confirmación nos ungieron con el aceite sagrado. Es muy posible que todavía te quede algo de ese aceite. Y, si lo has descuidado, los demás no te podrán dar del suyo, es personal e intransferible. Si te falta, siempre hay remedio. Tendrás que pedírselo con fuerza al Único que te lo puede dar. Ponte a buscarle otra vez, reza, escúchate dentro y, sobre todo, no te canses. Sigue rezando y leyendo la Palabra.
Porque llegará el Señor a tu encuentro. Eso es seguro. Antes o después. Lo llamamos con frecuencia, aunque sea porque la Liturgia nos lleva. Y si viene y encuentra que te quedaste sin aceite, que dejaste de esperarlo, Él entrará y cerrará la puerta, después de decir que no te conoce. Algo muy duro.
No es de extrañar, entonces, que Jesucristo nos presente la prudencia como un requerimiento para entrar al Reino de los Cielos, cuando nos cuenta la famosa parábola de las vírgenes necias, la cual nos trae el Evangelio de hoy.
Jesucristo llegará de improviso a llamar a su Banquete Eterno a toda la humanidad, representada por las diez jóvenes. Cinco de las jóvenes eran prudentes y cinco eran imprudentes. Las prudentes tenían suficiente aceite para mantener las lámparas encendidas; las otras cinco se quedaron sin aceite y no pudieron entrar al Banquete Celestial.
Según esta parábola de las vírgenes necias, la virtud de la prudencia también incluye la previsión y la vigilancia. Por eso el Señor cierra su relato con la siguiente advertencia: “Estén, pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora”