Por: Esteban Torres Cobo
En España se discuten con vehemencia los límites que pueden tener los acuerdos políticos. ¿Hasta dónde se debe llegar? Sánchez ya ha sido proclamado Presidente del Gobierno de España luego de tejer con los grupos separatistas y antiespañoles una alianza que repudian hasta los menos interesados en la política. Y lo logró, por sobre cualquier cuestionamiento y con su famosa cintura que le permite bailar con quien se ponga al frente con tal de lograr sus objetivos. Al Rey no le quedó menor remedio que santificar el arreglo en su difícil posición ornamental más que decisoria. Ya no son los tiempos de Juan Carlos de hace cuarenta años. Los enemigos de la democracia, sin embargo, cobraron bien sus votos y las cesiones del futuro gobierno son descomunales. Con el riego de que sea el propio Sánchez el que los traicione más adelante.
En Ecuador también se han cuestionado los acuerdos a los que se llegó en la Asamblea Nacional. Para un cierto sector cada vez más minoritario son imperdonables y deben ser rechazados. Para una mayoría cada vez más importante está bien que por fin haya algo de madurez y sensatez entre políticos. Cada político y cada partido es distinto y eso se olvida. Acordar con el contrario no significa compartir todo lo que el otro hace o piensa y eso ya se ve en la nueva Asamblea en juicios políticos y en líneas de legislación. Y a diferencia de España aquí no se han cruzado líneas rojas como la destrucción del propio Estado o la secesión del territorio nacional. Tampoco concesiones ilegales que aborrezcan los ciudadanos. De hecho, más allá de acordar la organización de la Asamblea Nacional no ha existido mucho más. La apertura a no oponerse sin sentido a los proyectos económicos del gobierno y ya.
Pero al menos estas semanas se vive algo distinto, sin tanto odio. Fue grato ver al Presidente de la República, al Alcalde de Quito y al Presidente de la Asamblea Nacional preinaugurar el Metro de Quito. O ver reuniones entre alcaldes y prefectos de distintos partidos con el gobierno y sus ministros. Ojalá esto no sea pasajero y siga así. No faltarán los fanáticos que en el whatsapp escriban, refiriéndose a la puesta en marcha del Metro, que “nunca se debe festejar, así sea bueno, la obra que un correísta inaugure”, respecto de Pabel Muñoz y el aplauso ciudadano que recibió por concretar la operación. En todo caso, lo lógico será que eso vaya cambiando.