Por: Álvaro E. Sánchez Solís
En abril, se cumplirán 5 años del suicidio del ex presidente peruano, Alan García Pérez, político de dilatadísima trayectoria en la historia peruana, llegando, incluso, a ser, en dos ocasiones, mandatario del país. Fue una figura que polarizó a los peruanos, a quienes poco les faltaba para darle la categoría de deidad.
Hay días en los que recuerdo a este particular personaje que, con elocuente verbo, cautivó a todo un país y que, además, hacía gala de un inmenso conocimiento sobre la historia peruana y latinoamericana. Alan fue uno de esos políticos que denomino «políticos intelectuales», cuya mejor arma electoral es su cerebro. Podía recitar, durante horas, las fechas, lugares y personajes exactos que construyeron la historia del Perú y de América y, a la vez, vincular esos elementos a la actualidad para proponer soluciones consistentes.
Esta columna, más allá de un pequeño tributo a Alan García, pretende ser un mensaje para la nueva clase política. Esa nueva clase que se está formando y cuyas figuras más jóvenes ya están proyectándose en la política.
Seamos promotores de los políticos intelectuales, que conocen, analizan y proponen. Dejemos a un lado la política de la vulgaridad y la ineptitud. Creo que estamos lo suficientemente cansados de que haya ineptos sin conocimiento ni sentimiento de Patria pretendiendo solucionar problemas que ellos mismos generan, experiencia que la vivimos entre el 2021 y mediados del anterior año. Aunque hemos emulado con éxito, en pocas ocasiones, la figura del político intelectual en Ecuador, creo que debería ser la aspiración de todos.
Eso sí, es necesario que, además del conocimiento, tengan moral y no sean corruptos, algo que Alan tal vez no entendió de la forma correcta, cuya muerte se desenvolvió en el contexto de una investigación por el caso Odebrecht.
Mejor política, mejor país.