Nos saluda el primer domingo de la Cuaresma de este año 2024. Y lo hace con el final del diluvio y con el desierto. Porque todos los años el primer domingo de Cuaresma nos vamos al desierto con Jesús, a verle superar las tentaciones.
El amor de Dios a la humanidad es eterno. Al final del diluvio, se presenta el nuevo mundo, con la garantía de que Dios no volverá a destruirlo. La familia, la naturaleza, todo adquiere un nuevo color, a la luz del amor de Dios. A pesar de las dificultades. A pesar de que no todo va como debería. Dios es fiel, guarda siempre su alianza.
El desierto, por su parte, es el lugar de discernimiento, formación y maduración. En el silencio, podemos pensar en lo que Dios quiere para cada uno. Fue en el desierto donde el pueblo de Dios tomó conciencia de que eran los elegidos por el Señor. Cuarenta años de éxodo, de pruebas, de luchas y problemas, para salir fortalecidos y unidos.
Después del desierto, el mismo Jesús, tras la prueba, se dirige a Galilea, para comenzar su anuncio de salvación: el anuncio del Reino de Dios. Todo después de que arrestaran a Juan Bautista. Desde el comienzo, el martirio presente. Desde el comienzo, están presentes las tentaciones. Y ni esa dimensión martirial, ni la amenaza del demonio desaparecen durante toda la vida de Jesús. Le acompañan permanentemente, como nos acompañan a nosotros. Pecado y esperanza, muerte y vida caminando de la mano, para que podamos optar.
Es importante recordar siempre que tenemos todas las gracias necesarias para el combate espiritual. Aparte de esta actitud de continua confianza en Dios y de vigilancia en oración, hay conductas prácticas convenientes de tener en cuenta ante las tentaciones:
Durante la tentación: orar con mucha confianza y resistir con la ayuda que Dios ha dispuesto.
Después de la tentación: si hemos caído, arrepentirnos y buscar el perdón de Dios en la Confesión. Y si no hemos caído ¡ojo! Referir el triunfo a Dios, no a nosotros mismos, pues a El debemos el honor, la gloria y el agradecimiento.