Por: Álvaro E. Sánchez Solís
El día de ayer empecé a leer la novela «El Señor Presidente», de Miguel Ángel Asturias, importante escritor guatemalteco. La edición de la novela que conseguí es la edición conmemorativa, trabajada por la Real Academia Española de la Lengua, que incluye algunos artículos relacionados con Asturias y la obra, redactados por otros laureados escritores, como Vargas Llosa.
No obstante, me llamó la atención el artículo escrito por el venezolano Arturo Uslar Pietri, amigo de Asturias. En el artículo, Uslar Pietri ahonda en las conversaciones que tuvo con Asturias mientras vivían en Francia y habla, en general, de la presencia de Asturias en Europa. Aquí, hace una distinción interesante entre aquellos escritores que salen de América para «afrancesarse», cubrirse de velo de «nobleza europea» y regresar a sus países de origen como si toda su cultura americana les fuera ajena. Uslar Petri observa, en ellos, una intención de despojarse de su identidad a cambio de prestigio y superioridad.
Aquí es donde quiero puntualizar que precisamente es en ese punto donde los más conspicuos escritores americanos se han destacado. Son escritores que han llevado su cultura, con todas sus luces y sombras, a cualquier lugar al que han ido y, de todos esos países extranjeros, han tomado todo lo que han aprendido como herramientas para exhibir una cultura propia al mundo. No dejaron jamás de ser americanos ni renegaron de su identidad.
La novela de Asturias es eso: un retrato oscuro de una dictadura, como las que dominaron a América Latina durante un largo tiempo, y que exilió al autor hasta el día de su muerte. El escritor siente nostalgia por las calles, la gente y los ríos guatemaltecos que jamás le fueron extraños, pese a la distancia. El autor llevó a su Guatemala en el corazón, se volvieron inseparables, y la obra «El Señor Presidente», escrita en el exilio, fue el mayor acto de amor del escritor hacia el país que lo vio nacer.
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