La labor de Dios en nuestra alma, Misa Dominical

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Las lecturas de este domingo nos hablan de agricultura, de cómo la planta comienza por la semilla, hecho que conocemos aún aquéllos que no nos ocupamos de las labores de la tierra. En el Evangelio (Mc 4, 26-34) para explicarnos lo que es el Reino de Dios, Jesús nos plantea dos parábolas sobre las plantas y las semillas.

En la primera parábola nos destaca que la semilla hace su trabajo sola, que quien la planta, se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento.

Jesús nos está recordando que la germinación y el crecimiento de las plantas suceden secretamente en lo profundo de la tierra, sin que nos demos cuenta.

La Segunda Lectura de San Pablo (2ª Co 5,6-10) nos habla del final: Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.  Las lecturas sobre las semillas también nos hablan del final, cuando mencionan el momento de la siega.

Notemos que se nos habla de dos opciones: de premio o castigo según lo que hayamos hecho en esta vida.  No se nos habla sólo de premio, como muchos hoy en día tienden a pensar.  Muchos dicen: “es que Dios es infinitamente Misericordioso”.

Y eso es cierto.  Pero Dios no es infinitamente alcahueta, para permitir que nos portemos de manera contraria a sus designios y a su Voluntad.  Eso no es lo que rezamos en el Padre Nuestro.

Dios es Justo y es Misericordioso.  De hecho, según Santo Tomás de Aquino, su Justicia viene primero y su Misericordia es una extensión de su Justicia.  Dios es Misericordioso para hacer crecer nuestra semilla de santidad dándonos todas las gracias que necesitamos.  Y es Justo para actuar en consonancia con nuestro comportamiento.

Debemos esforzarnos por lograr el premio a la perseverancia final, pues la otra opción es el castigo.  Y el castigo existe.  Dios es infinitamente Misericordioso, por eso nos da todas las gracias para que la semilla que fue sembrada en nuestro Bautismo crezca como un árbol frondoso de santidad.  Pero para crecer hay que permitir que Dios haga su labor en nuestra alma.  De lo contrario nos queda la otra opción -el castigo- porque Dios también es infinitamente Justo.

¿Qué vamos a escoger?  ¿A ser árboles frondosos que florecen?  ¿O árboles secos que se queman?

En el Salmo 91 hemos rezado:  El justo crecerá como la palmera, se alzará como cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor.  En la vejez seguirá dando frutos y estará lozano y frondoso; para proclamar que el Señor es justo.  Y por todo esto hemos recitado:  Es bueno dar gracias al Señor.

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