Por: Luis Fernando Torres
La obligación del Estado es la protección de los buenos frente a los malos. Sin embargo, les ahoga y, muchas veces, les humilla con controles excesivos e injustificados, mientras los malos mueven el dinero sucio en efectivo, portan armas sin permiso, no tienen bienes a su nombre, están fuera del sistema bancaria, ninguna cuenta aparece a su nombre, circulan en vehículos blindados con placas falsas sin someterse a los límites de velocidad. El buen ciudadano, en cambio, debe realizar una declaración patrimonial anualmente, justificar sus transacciones bancarias de cierto volumen, tener y portar armas luego del pasar por el viacrucis de los permisos, declarar puntualmente sus impuestos, respetar los límites de velocidad.
Si el buen ciudadano ingresa a la política se convierte en persona políticamente expuesta, junto a sus familiares. En tal condición está impedido de asegurarse con pólizas de vida y tanto su patrimonio como sus transacciones quedan sometidas al escrutinio de la Contraloría, además de otros órganos como la Unidad de Lavado de Activos y el Servicio de Rentas Internas. El malo que logra enquistarse en algún cargo está libre de problemas, dado que no tienen patrimonio, cuentas, ni aparece como contribuyente.
El Estado aplasta y persigue a quienes, como buenos ciudadanos, defienden la institucionalidad pública, exponiéndolos ante los malos.
Los integrantes de la delincuencia y el crimen organizado deben divertirse con semejante injusticia. ¡Cuánto disfrutarán con las noticias de ciudadanos, sin antecedentes, detenidos por portar armas en zonas despobladas y peligrosas, sin permisos; por conducir a más de 50 Km/h en avenidas urbanas ¡Más profunda debe ser su alegría con las informaciones de glosas a funcionarios de carrera por alguna falta menor; de clausura de locales por declaraciones tributarias atrasadas; de prohibiciones de salida del país por deudas con entidades estatales.
Mientras el Estado crece, se multiplican las regulaciones y, en consecuencia, los problemas para los ciudadanos. En tantas regulaciones proliferan las infracciones administrativas, los deberes y las faltas. Como el Estado opera con personas, los llamados servidores públicos, son éstos los que le hacen la vida dolorosa al buen ciudadano. La burocracia se transforma en el brazo ejecutor del Estado que controla y aplasta al ciudadano.
Una gran reforma requiere el Estado para que cumpla su misión esencial de proteger a los buenos de los malos.