Por: Álvaro E. Sánchez Solís
Pocas frases o calificativos han trascendido tanto en la historia política ecuatoriana como la frase con la que sentenció el presidente José María Velasco Ibarra a su vicepresidente, Carlos Julio Arosemena: «El vicepresidente es un traidor a sueldo». Razón no le faltaba a Velasco Ibarra, pues Arosemena había intentado derrocarlo en 1962. Ahora, con un escenario de marcada y evidente división entre el presidente Noboa y la vicepresidenta, Verónica Abad, se confirma la atemporalidad de la frase de Velasco Ibarra.
En la actualidad, los intentos de la segunda autoridad al mando de la Función Ejecutiva de tomarse el poder ya no consisten en asaltos concertados y armados, sino en interponer denuncias por «violencia política de género», como la que la pendenciera Abad ingresó en contra de Noboa y varios funcionarios de su confianza: Diana Jácome, Esteban Torres Cobo y Gabriela Sommerfeld.
La pretensión de la risible e insólita denuncia que interpuso Abad consiste, básicamente, en deponer al presidente de su cargo, con la consecuencia de que sería ella quien asumiera la presidencia si la denuncia prospera. Esta afrenta de la vicepresidenta en contra del presidente no es nueva. Desde el inicio de la gestión, se dedicó a marcar una profunda diferencia con la agenda de Daniel Noboa, con declaraciones autónomas y que gozan de una buena dosis de humor involuntario: darle un indulto al delincuente condenado Rafael Correa Delgado, privatizar la educación, emprender una reforma tributaria que dejará desfinanciada -tal vez intencionalmente- la lucha en contra de la delincuencia que ha emprendido el gobierno. Así, Abad ha pintado a la perfección el dantesco escenario de un eventual, hipotético y muy lejano gobierno suyo. No me sorprendería que Abad, de llegar al poder, intente declararse «dictadora» y empezar a tomar decisiones autoritarias, pues su desequilibrio mental así lo sugiere.
No cabe duda de que Abad es una traidora a sueldo. La aventurera huésped de Israel se ha dedicado, en lugar de cumplir con su misión diplomática de pacificar una guerra, a iniciar y promover una guerra aún más grave en contra del gobierno nacional.
Noboa ha encontrado, junto a sus asesores legales, las vías que la Constitución de la República del Ecuador permite para que Abad no asuma la presidencia en un eventual caso de licencia temporal de Noboa. Se aplaude y se espera que jamás una persona como Abad vuelva a tocar tal nivel de poder.
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