Varias veces la Sagrada Escritura nos pone como ejemplos a mujeres viudas. Las lecturas de este Domingo nos traen el caso de dos de ellas, a quienes nos presenta el Señor como modelos de generosidad extrema: la viuda de Sarepta en tiempos del Profeta Elías y la viuda pobre a quien Jesús observó dando limosna en el Templo de Jerusalén.
El caso de la primera viuda, la de Sarepta, que nos trae la Primera Lectura (1 R 17, 10-16) es impresionante. Tal vez no había pasado tanta necesidad antes esta mujer, pero la sequía y la hambruna del momento la habían colocado en una posición de pobreza extrema: le quedaba sólo “un puñado de harina y un poco de aceite”. Pero Dios le envía al Profeta Elías para pedirle pan y ella le explica su delicada situación así: con esto que me queda “voy a preparar un pan para mí y para mi hijo; nos lo comeremos y luego moriremos”. Ya no tenía más nada para comer. Era lo último que le quedaba.
Pero ¿qué hace Dios? Le habla por boca del Profeta, quien le ordena compartir con él lo poquísimo que le queda: cocinar primero un pan para él y luego uno para ella y su hijo. Y esa orden queda sellada con unas palabras proféticas (proféticas, en el sentido teológico del término, pues eran palabras que venían de Dios, y proféticas en el sentido coloquial del término, pues anunciaban un hecho futuro): “La tinaja de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará”. Y la viuda cumple la petición de Elías y, a pesar de ser pagana, cree en la palabra que Dios le envía a través del Profeta.
¡Qué fe y qué confianza tuvo esta mujer! Por eso “tal como había dicho el Señor por medio de Elías, a partir de ese momento, ni la tinaja de harina se vació, ni la vasija de aceite se agotó”.
La Segunda Lectura (Hb. 9, 24-28) nos presenta a Jesús como el máximo modelo de la entrega y la generosidad: se entregó a sí mismo para dar su vida por la salvación de la humanidad.
Pero, además de este recuerdo de la oblación máxima de Cristo por nosotros, este pasaje de la Carta a los hebreos nos trae tres datos importantísimos: El primero de ellos: “Está determinado que los hombres mueren una sola vez y que después de la muerte venga el juicio”. Esta frase parece ¡tan obvia! Pero no lo es tanto. Sí ¡claro! los seres humanos mueren una sola vez. Eso lo sabemos. Pero… ¿lo saben todos los que les gusta hablar y creer en la reencarnación?
Esta afirmación está en clara contradicción con esa herejía que se nos ha metido hasta en los medios católicos. Ese absurdo mito de la reencarnación nos hace creer falsamente que podemos volver a vivir en la tierra para luego volver a morir quién sabe cuántas veces. Esta cita de la Palabra de Dios demuestra que la reencarnación, aparte de ser una mentira, está negada en la Biblia.
Se nos habla aquí también del Juicio Particular que tiene cada persona enseguida de la muerte, a través del cual en el mismo momento de la muerte cada alma sabe el estado en que le corresponde estar: Cielo (felicidad eterna), Infierno (condenación eterna) o Purgatorio (etapa de purificación para luego pasar al Cielo).
Se nos recuerda también la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos: “Al final se manifestará por segunda vez, pero ya no para quitar el pecado, sino para salvación de aquéllos que lo aguardan y en El tienen puesta su esperanza”.
Sí, Cristo volverá. Pero no igual a la primera vez que vino como Hombre, muriendo y resucitando para rescatarnos de la muerte y del pecado, sino que volverá en gloria, con todo el poder de su divinidad para mostrar su salvación a todos los que esperan en él.