¡Sursum corda!

-

Por: Ana Pólit Sevilla

En un mundo gobernado por el materialismo y que poco a poco empieza a olvidar a Dios, ¡elevemos nuestros corazones! al Dios encarnado que nos regala el gozo eterno. El mes de Adviento obliga a todo cristiano a preguntarse: ¿Cómo debo prepararme para el nacimiento de Cristo?

Cada persona tiene una manera distinta de preparar su corazón para recibir al Niño Jesús, sin embargo, debemos guiarnos por lo que establece la Iglesia para alcanzar la perfección que Dios exige de nosotros. La transformación parte desde la intimidad de nuestros corazones, analizando nuestras faltas a la luz de Dios en un riguroso examen de conciencia.

Es indispensable dejar de lado la autoafirmación, propia de nuestro criterio humano que nos lleva a justificar nuestros pecados. El impulso desordenado de querer agradar al mundo ha normalizado que muchos cristianos respeten únicamente los mandamientos que les conviene. El camino es arrepentirnos de nuestros pecados y condenarlos para alejarnos definitivamente de ellos, porque a Dios se le da todo o nada.

San Pablo escribe en su epístola a los Romanos (13, 12): “La noche pasó, y el día se acercó. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos con las armas de la luz. Caminemos, como de día, honestamente”. Sobre esto, Santo Tomas de Aquino comenta refiriéndose a la ignorancia y a los vicios como la oscuridad de la noche que, opacando la luz de la razón, hacen que caigamos frecuentemente en el pecado. Por el contrario, el día es como el estado de bienaventuranza, causado por la luz de la inteligencia espiritual en los que gozan de una conciencia tranquila.

Es Cristo quien nos da las gracias necesarias para perseverar en el trabajo cotidiano que se requiere para obtener las virtudes que nos hacen falta y perfeccionar las que y poseemos. De esa manera preparamos la tierra para que el Espíritu Santo nos disponga para acoger en nuestro corazón el don de la Redención que empieza con el nacimiento de Jesús.

No nos dejemos desanimar. Invoquemos a María, quien posee a plenitud las virtudes celestiales y pidámosle a Ella, quien trajo la fuente de la gracia misma al mundo, Jesucristo, nos proporcione la humildad para triunfar sobre el orgullo, la mortificación para vencer la sensualidad, la generosidad para superar la avaricia, la mansedumbre para ganarle a la ira y la devoción para calentar la tibieza.

Inspirémonos con la belleza del misterio solemne de la Navidad, sin poner resistencia a la luz que el Dios encarnado regala a sus hijos y preparémonos para recibirla en el recogimiento de la oración, en austeridad y con sencillez de espíritu; ahondando en la Verdad para conocer mejor a Dios y dignamente celebrar la primera venida del Salvador.

Share this article

Recent posts

Popular categories

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí