El Sermón de la Montaña, que continúa el Evangelio de hoy, fue predicado por Cristo los primeros meses de su vida pública, y contiene un resumen de lo que podríamos llamar la clave de su Evangelio: la nueva ley del amor.
El Evangelio nos trae, entonces, otra paradoja del Señor, inmediatamente después de las “Bienaventuranzas”, que tuvimos en el Evangelio del domingo anterior.
He aquí esta nueva paradoja: “Amen a sus enemigos, hagan bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difamen”. (Lc. 6, 27-38)
¡Qué difícil es seguir esta máxima de Jesús! Siendo Dios y Hombre verdadero, El bien sabe que, ante la crítica, la injusticia, los insultos y calumnias, la naturaleza humana herida como está por el pecado, automáticamente reacciona con sentimientos de rencor, de desquite… y hasta de venganza. Con todo y esto, la máxima que nos da el Señor no es un acto de heroísmo exigido sólo a los más santos, sino que es un deber “normal” de todo cristiano.
Es cierto también, como nos hacía ver el Papa Juan Pablo II en uno de sus mensajes Cuaresmales, que el perdón a los enemigos es una singularidad del cristianismo, porque la exigencia del perdón no está enunciada en ninguna otra religión.
Es así, entonces, como el perdón y el responder a la maldad con la bondad, es un deber… no una opción. Más aún, es una exigencia que no nos es posible dejar de cumplir.
La Segunda Lectura (1 Cor. 15, 44-49) nos trae la clave para poder cumplir con estas “exigentes exigencias” de nuestro cristianismo, de las cuales nos habla la Escritura constantemente y es el tema de las lecturas de hoy: el perdón a los que nos dañan, el amor a los enemigos, devolver el bien por mal, etc.
La clave que nos trae San Pablo es el revestirnos del “hombre celestial”. No podemos quedarnos en el “hombre terreno”. ¿Quién es el “hombre celestial”? Cristo, el nuevo Adán. No podemos quedarnos en el “hombre terreno”, que no es capaz ni de comprender, ni de aceptar estas exigencias. Revestidos de Cristo, de su Gracia, de sus maneras de ser, de pensar y de actuar, podremos amar como Él nos ama y como nos pide que amemos a los demás: perdonando para ser nosotros perdonados.