Creo que uno de nuestros pecados importantes (del que poco nos revisamos) es el conformismo. Conformarse con lo que hay es empezar a morir. Dios nos dice: ¡Hay que salir! Salir de donde estamos para llegar a lo que todavía no somos ni hemos conseguido y para ello hay que dejar lo de siempre atrás.
El conformismo es el principio del final, la consecuencia de la deconstrucción de todos los sueños utópicos. Es una grave ideología que corroe el mundo. La palabra conformismo procede del verbo conformar y denota la tendencia a aceptar, de un modo ciego, las costumbres aceptadas por los demás y a parecerse a ellos, tendencia que conlleva una erosión de la propia creatividad personal y del talento oculto que subsiste en el fondo de todo ser humano.
De esta ideología deriva una actitud tóxica y perjudicial, unas prácticas malsanas, pues consiste, esencialmente, en una actitud de obediencia y de resignación, en una pasividad que hace que la persona niegue su ser, su talento, su creatividad potencial, para perderse a sí misma, en vez de ser el autor de su vida, el señor de sus actos y de su existencia.
Mientras uno es capaz de indignarse, de discrepar, de imaginar que otro mundo es posible y de luchar por él, la historia está viva. La costumbre nos seduce y nos dice que no tiene sentido tratar de cambiar algo, que no podemos hacer nada frente a esta situación, que siempre ha sido así y que, sin embargo, sobrevivimos.
Pero dejemos que el Señor venga a despertarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia. Desafiemos la costumbre, abramos bien los ojos y los oídos, y sobre todo el corazón, para dejarnos descolocar por lo que sucede a nuestro alrededor y por el grito de la Palabra viva y eficaz del Resucitado.
La felicidad, la realización personal, el sentimiento de plenitud no pueden venir sólo de tener tierras, tener ganados, tener pareja, tener el tiempo ocupado, tener prestigio y ser respetado. Y menos todavía al ver a tantos hermanos en el mundo a los que falta lo esencial para vivir con dignidad.
Al comienzo todavía de la cuaresma, es una actitud válida y necesaria para ir más allá de donde estamos, para dejar de dar vueltas a nosotros mismos, nuestras cosas, nuestras obsesiones, nuestros proyectos… y que haya en nosotros Nueva Vida, la que nos viene del Resucitado como dice el Papa, que es mucho más que una estrella del cielo: es todo un Sol que nace de lo alto.