Las lecturas de hoy nos hablan de resurrección y de revivificación. Son términos que parecen lo mismo, pero se diferencian en algo fundamental.
En el Evangelio de San Juan (Jn 11, 1-45) observamos el impresionante relato de la llamada “resurrección” de Lázaro, el amigo de Jesús, quien -según palabras de su hermana Marta- “ya olía mal, pues llevaba cuatro días muerto”.
Pero cabe preguntarnos ¿fue realmente lo de Lázaro una resurrección… o podríamos llamarla más bien una “revivificación”?. Sucede que a Lázaro el Señor lo devolvió de la muerte a la misma vida que había vivido antes.
Un resucitado no vuelve a morir. Un revivido sí vuelve a morir. Entonces… ¿fue lo de Lázaro “resurrección”? … Realmente no, pues la resurrección es algo muchísimo mejor que revivir; es muchísimo mejor que volver a esta misma vida: resurrección es volver a una vida infinitamente superior a la que ahora vivimos.
Es decir que en la resurrección nuestra alma se unirá a nuestro mismo cuerpo, pero éste no será igual al que ahora tenemos -sino infinitamente mejor. Será un cuerpo que ya no volverá a envejecer, ni a enfermar, ni a sufrir, ni tampoco que volverá a morir. Será un cuerpo inmortal, que ya no estará sujeto a la corrupción ni a ningún tipo de decadencia.