Por: Luis Fernando Torres
Luego de su fracaso en la Asamblea, al haberse defendido sin desvirtuar las acusaciones, el Presidente optó por el suicidio político, con el inconstitucional decreto de disolución del órgano legislativo. En efecto, si la Asamblea se mantiene cerrada y se desarrollan las elecciones relámpago, a mediados de agosto, esto es, cuando se conozcan los resultados de las elecciones legislativas y presidenciales, el Presidente será una caricatura para el recuerdo, aún en el caso que pudiera permanecer un tiempo más, hasta ser reemplazado. La otra posibilidad es que la Corte Constitucional declare inconstitucional el decreto y los asambleístas recuperen sus curules. En ese caso, es muy fácil de imaginar el desenlace para el jefe del Ejecutivo.
Con la llamada muerte cruzada están felices los fanáticos oficialistas, con la creencia equivocada que, de ese modo, se evita que vuelvan quienes gobernaron durante la década revolucionaria. La inconstitucional disolución de la Asamblea simplemente acelera ese retorno, según la información de las proyecciones demoscópicas más objetivas y serias del país.
La disolución de la Asamblea ha paralizado la inversión. La nueva Asamblea, esa que se instalaría entre septiembre u octubre, dependiendo de que haya o no segunda vuelta, podrá, con una simple resolución, derogar los proyectos de ley urgentes elaborados por el Presidente y santificados por la Corte Constitucional, mientras la Asamblea permanece cerrada. En ese entorno de inseguridad jurídica no se invierte; por el contrario, se espera y se observa. Como dijo un ingenioso constitucionalista, en lugar de anunciar la tramitación de proyectos de ley, cuya vigencia sería de tan sólo tres meses, el soberano Presidente debería limitarse a barrer y limpiar la administración pública, en su condición de Presidente saliente.
El juicio político era inevitable ante la fuerza y veracidad de las acusaciones y, además, frente a la opinión mayoritaria de la gente a favor del proceso de fiscalización. Era también la vía constitucional idónea para que el pueblo expresara su malestar al gobernante. Para evitar que le reemplazara el vicepresidente, en el caso de ser destituido, decidió inmolarse sobre las angustias de la república, provocando graves perjuicios económicos e institucionales. Vanidad y nada más que vanidad.
El Presidente aceleró el retorno de los que dijo que no deberían volver jamás al poder, gracias a la torpe manera de suicidarse políticamente.
@lftorrest