Por: Luis Fernando Torres
Los ciclos son los que marcan las vidas humanas, de las empresas y de los países y las regiones, especialmente en lo económico. No existe una línea de evolución constante y siempre ascendente. Las ventas, unas veces, aumentan y, otras, disminuyen, así como los ingresos crecen, en un tiempo, y decaen, en otro. Es muy excepcional que las empresas superen el medio siglo. Los cambios en los gustos de los consumidores y las reglas innovadoras del mercado provocan profundas transformaciones empresariales. Con los países y las regiones ocurre algo similar. Las potencias del año 2023 no son las mismas potencias de la postguerra, con la salvedad de Estados Unidos.
La economía de la Unión Europea, el 2008, era más grande que la economía de los Estados Unidos. Se la estimaba en 16.2 trillones de dólares, mientras la estadounidense alcanzaba los 14.7 trillones de dólares. En 14 años, la relación se modificó. La economía de la UE con el Reino Unido incluido se quedó en 19.8 trillones, en tanto que la de Estados Unidos llegó a los 25 trillones de dólares. Para el año 2022, las empresas estadounidenses compraron a las más importantes empresas europeas, a tal punto que la economía tecnológica del Viejo Continente resultó dominada por esas empresas norteamericanas. Curiosamente, las 7 empresas tecnológicas más grandes del mundo son estadounidenses.
Asia, con los motores de China e India, es la otra región que ha crecido frente a la UE. En 1950, la producción generada por Asia no superaba el 20% de la producción mundial frente al 26% de Europa. Para el 2018, se invirtió la relación. La producción asiática pasó al 48%, mientras la de la UE bajó al 15%. En el mundo de los semiconductores está una interesante explicación de lo ocurrido con la UE. En 1990 producía el 44% de la producción mundial. El 2023, no llega al 9%. Por su parte, países como Taiwán están a la cabeza en la producción planetaria de semiconductores.
Latinoamérica es una región económicamente en declive con relación a Estados Unidos y Asia. Su participación en la economía mundial es marginal. Ecuador, salvo por el camarón y el potencial minero, está fuera del mapa mundial. Carecería de importancia, en último término, que nuestro país esté o no en la liga mundial, si, por lo menos, el Estado fuera financieramente sostenible sin tanto préstamo chino, europeo y estadounidense.