Por: Álvaro E. Sánchez Solís
Las elecciones se llevaron a cabo y el empresario Daniel Roy-Gilchrist Noboa Azín se coronó como el ganador, derrotando a una Luisa González que pasó de la expectativa de ganar en primera vuelta a la decepción de perder con un margen más amplio de lo esperado. Noboa se convierte, así, en el segundo presidente más joven de la historia del Ecuador, después de Juan José Flores, que tomó las riendas del Ecuador recién separado de la Gran Colombia a los 30 años.
Daniel fue el producto de un país cansado de la política tradicional y que vio, en un joven outsider, la posibilidad de cambiar al Ecuador y sacarlo del fango de la mala economía y la inseguridad en la que ha sido sumergido por nefastos gobiernos sucesivos. Sin embargo, yo creo que Daniel no debe confiarse en el apoyo que ha obtenido, porque en un país con una votación tan volátil, se le hará complicado mantener esa votación durante una gestión corta y con tantas amenazas al acecho.
Para la consecución de sus objetivos, será fundamental que Daniel realice una gran concertación con varios sectores políticos, porque, al igual que el presidente saliente, tiene una Asamblea con matices tan diversos y tendencias políticas tan distantes que el apoyo legislativo será difícil de capitalizar. Esta concertación deberá estar sustentada en los grandes objetivos comunes que persigue el Ecuador: paz y empleo. Esto le permitirá a Noboa realizar grandes cambios en un tiempo corto y mantener su capital político.
En definitiva, es curioso que tengamos un presidente que, habiendo participado por primera vez y, producto de un imprevisto (la muerte cruzada), haya concretado su llegada a Carondelet; cuando su padre, el abogado Álvaro Noboa Pontón no lo logró en cinco ocasiones, incluso con escenarios muy favorables (1998 y 2006).
Auguro éxitos al nuevo presidente y que Dios le conceda la sabiduría necesaria para manejar a un país que ha sido tan pisoteado por malos gobiernos y por gente tan inescrupulosa.