Por: Luis Fernando Torres
Mientras los bardos, como Quevedo, pueden decir que el amor es “hielo abrasador, es fuego helado”, uniendo conceptos opuestos dentro de la figura literaria conocida como oxímoron, a los gobernantes, los políticos, los militares y, sobre todo, los fanáticos de mente corta, les resulta imposible unir, al menos conceptualmente, a los contrarios. En el Medio Oriente, por ejemplo, los terroristas de Hamás y el liderazgo de Israel se encuentran en las antípodas, a pesar de los millones de palestinos de la franja de Gaza condenados a una vida de miseria y un número similar de israelíes permanentemente amenazados. En el Ecuador, por su parte, con su población sometida al terror de la delincuencia, los fanáticos de las redes sociales y los políticos cegados por el egoísmo, excluyen a importantes sectores democráticos de los acuerdos mínimos.
Con la marginación o aniquilamiento de los adversarios políticos, el diálogo democrático deja de ser el instrumento para la construcción de consensos alrededor de la solución de los problemas de la gente. En ese escenario, aumentan los beneficios de unos, esto es, de aquellos egoístas que excluyen a otros, al tiempo que se reduce el horizonte político del país.
El momento del Ecuador es uno de los más difíciles de la era democrática. Las finanzas públicas están en rojo. La descomposición social, causada por la delincuencia, el narcotráfico, la migración descontrolada y la pobreza, es de tal factura que el mismo orden social está tambaleándose. La institucionalidad nacional y local ha sido socavada por la corrupción. La economía crece tan lento y tan poco que son escasas las oportunidades para la inversión y la generación de empleo. En definitiva, se han cerrado las opciones para progresar.
Negarse a construir puentes entre los contrarios para cruzar el abismo, al que está precipitándose el País, es, por decir los menos, antipatriótico. Si no se abren las opciones del progreso, alrededor de consensos amplios, el futuro será oscuro. Lo que ocurre en el Ecuador no es un asunto de simples percepciones, como sucede en Estados Unidos. Allá una mayoría cree que está mal la economía, aunque la realidad sea otra, con inflación baja y un crecimiento económico tan potente que se multiplican diariamente los puestos de trabajo.
A construir puentes, no a dinamitarlos.