Por: Luis Fernando Torres
En tan sólo un lustro el número de muertes violentas en el Ecuador se multiplicó por nueve. En efecto, en el 2018 la tasa de asesinatos era de 5,8 por cada 100.000 habitantes, mientras, el 2023, llegó a 46,5 por cada 100.000 habitantes, convirtiéndose en el país más violento de América Latina, por encima de Brasil y México. Hace cinco años era uno de los más pacíficos del continente, por lo que, con propiedad, se le llamaba “isla de paz”. Ahora, ha llegado a ser un auténtico “polvorín”, en tanto que la violencia delincuencial se ha reducido en los demás países latinoamericanos.
Existen razones que explican la dramática situación del Ecuador. No se trata de la mala suerte. Y si existen razones y causas también hay responsables. El fenómeno delincuencial no es reciente. Estuvo latente por mucho tiempo, a lo largo de las últimas dos décadas. La pobreza, a la que irresponsablemente se recurre para justificar la ola delincuencial, no es la causa determinante, como quieren que sea los enemigos del sistema económico vigente.
Son varias las causas. Entre ellas, que Ecuador se haya convertido en un corredor internacional del tráfico de drogas; que se haya producido el aglutinamiento en bandas, sobre todo, de jóvenes alrededor de la distribución y el microtráfico; que se haya desencadenado la disputa territorial de las bandas; que haya existido tantas facilidades para el ingreso de extranjeros con antecedentes; que faltara control al tráfico de armas; que no hayan intervenido a tiempo las fuerzas institucionales del Estado para desmantelar a las redes delincuenciales; que se le haya desarmado al ciudadano honesto durante más de una década prohibiéndole que tuviera o portara, legalmente, un arma para defenderse; que se hayan contaminado los órganos altos e intermedios de la fuerza pública; que se haya aprobado una legislación, con la venia de la garantista Corte Constitucional, con suficientes artificios jurídicos en beneficio de los delincuentes; que la justicia haya sucumbido al poder delincuencial.
El Ecuador se encuentra en un punto de inflexión. Vuelve a ser una isla de paz o se convierte en un polvorín. La visión de quien dirige el país y el profesionalismo de las Fuerzas Armadas y de la Policía abren la esperanza que el Ecuador sea territorio de paz y no de violencia.