Por: Luis Fernando Torres
Dos ancianos han ganado las nominaciones presidenciales en Estados Unidos, después de haber barrido en las primarias a candidatos más jóvenes. Biden, Presidente en funciones, con 81 años, por los demócratas, y Trump, con 78 años, por los republicanos se medirán en las elecciones presidenciales de noviembre de este año.
Estados Unidos no ha estado acostumbrado a candidatos presidenciales tan mayores. Reagan era más joven que ellos cuando ganó la Presidencia. No se diga Kennedy que fue elegido con 42 años y Clinton que asumió el poder en una edad parecida.
Resulta una anomalía de la democracia estadounidense la presencia gravitante de los dos ancianos candidatos. Más aún, cuando Biden ha sido caracterizado por un fiscal que lo entrevistó como una persona incapaz de seguir una conversación y recordar hechos relevantes del país y de su familia. La intervención sonora y agresiva que desarrolló en su reciente mensaje a la nación, desde la tribuna del Congreso, no ha logrado que se cambie de opinión sobre la forma como lo describió el fiscal.
Pocos países tienen a septuagenarios en el poder de mando, entre ellos, México y China. La mayoría tiene a líderes de mediana edad en las jefaturas de gobierno, como ocurre en España, Francia, Argentina, Colombia. A jóvenes gobernando se ve en Chile, El Salvador y Ecuador.
Los ancianos son útiles para el gobierno del Estado. Aportan serenidad, experiencia y especiales conocimientos. Precisamente por ello se creó el Senado en Roma, como un lugar para que contribuyeran desde allí a orientar el curso de los asuntos públicos, excluyéndoles de las tareas ejecutivas y administrativas, en las que, por falta de energía, precisión y atención, resultan un problema.
Que el Presidente de Ecuador sea un joven preparado asegura que la gestión ejecutiva sea eficiente.