Por: Martin Sevilla Holguín
Haruki Murakami se ha convertido en uno de mis autores favoritos, por su forma de combinar lo ficticio y lo cotidiano, construyendo relatos cautivantes que muchos describen como una forma moderna del realismo mágico. La muerte del comendador es uno de sus libros más recientes que ejemplifica a la perfección esta especial esencia del autor japones. Es una exploración surrealista de la figura del artista, su búsqueda constante por crear un estilo propio y ese instinto que tiene (casi de supervivencia) para convertir sus traumas y fantasmas del pasado en el foco central de su obra. También captura a la perfección esa sensibilidad que ciertas personas tienen y que, para bien o para mal, los hacen descubrir símbolos y mensajes con significados secretos en los detalles más mínimos, convirtiéndose en ideas que luego “luchan” por ser plasmadas en su arte.
El protagonista es un retratista, que al separarse de su esposa decide ir a vivir solo en la remota propiedad de Tomohiko Amada, un famoso pintor con un pasado misterioso. Ocultada en un ático, encuentra una obra nunca antes vista, llamada “La muerte del comendador”. Esta pintura, cuyo estilo es drásticamente diferente al del resto de las obras de Amada, cautiva al protagonista y empieza a llenar su vida de ocurrencias sin explicación. Una campana que suena en el bosque todas las noches a la misma hora, un misterioso vecino que insiste en ser retratado y la visita de un inesperado personaje que trasciende la pintura donde fue concebido, son solo algunas de las formas en las que la vida del protagonista empieza a transmutar en algo que no tiene explicación lógica pero que, de cierta manera, Murakami logra que aceptemos con naturalidad. Es una novela muy personal e introspectiva, con un narrador memorable cuya búsqueda de significado y felicidad trascienden el arquetipo del “artista frustrado”. La muerte del comendador es sin duda una de las obras más memorables de Murakami y la recomiendo mucho a cualquiera que busque una historia fresca, original y mágica.
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