Por: Luis Fernando Torres
La palabra escrita y oral está, cada vez, más envuelta en la oscuridad. No se la escribe ni se la pronuncia de acuerdo con las reglas del lenguaje claro. Los destinatarios de la palabra resultan perjudicados, al no poder entender lo que quieren decir aquellos que escriben resoluciones administrativas, textos normativos, sentencias e, inclusive, informaciones periodísticas, así como aquellos que, desde diferentes tribunas, hablan en los medios y pronuncian discursos. En defensa de las víctimas del lenguaje oscuro se ha organizado un movimiento global para que se reconozca el derecho de los ciudadanos a un lenguaje claro. La Real Academia de la Lengua, en su sede de Madrid, ha reunido en un congreso hispánico a las voces que reclaman la claridad del lenguaje.
Ello ha ocurrido en medio de la disputa verbal entre Milei, el presidente de Argentina, quien, en territorio español, llamó, sin decir el nombre, corrupta a la esposa del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y a este vago que se toma cinco días libres para reflexionar sobre su permanencia en el poder. Sánchez entendió que la mención a su cónyuge fue también en contra del Estado y, por ello, retiró a su embajadora de Buenos Aires. Milei, por su parte, dijo que en su invectiva no dio nombre alguno, aunque lo manifestó de ese modo porque un ministro de Sánchez le llamó habitual consumidor de sustancias alucinógenas, es decir, drogadicto.
El lenguaje se compone de palabras. Ellas, solas, unidas o agrupadas, comunican un mensaje. Mientras más claras, mejor se comprende el mensaje. En el derecho se reconoce la ambigüedad y la vaguedad de las palabras y de las normas, como una posibilidad, no como la regla general. Aún en esos casos, la interpretación literal es posible. Lo dramático de la expresión contemporánea es que su condición es tan crítica que ni siquiera se la puede considerar ambigua o vaga sino incomprensible.
Es tan común que se diga “dar cumplimiento” en lugar de “cumplir”; el insulto se pronunció por Milei” en lugar de “Milei pronunció el insulto”, bajo la simple regla de sujeto, verbo y predicado. Igualmente, se ha generalizado el uso de los gerundios que han llegado a ser indigestos.
Stendhal solía decir que, cada mañana, antes de comenzar a escribir, leía algunas normas del Código Civil Napoleónico para adquirir frescura y claridad.