Maná en el desierto, Misa Dominical

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Hemos oído hablar del maná en el desierto, y hasta usamos este término para significar que no debemos esperar que las cosas nos bajen del cielo, como ese alimento milagroso que fue el maná.

Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y verdaderamente se ocupa de ellas.

Pero podríamos preguntarnos ¿por qué, entonces, existe hambre en algunas partes del mundo? ¿Por qué ha habido y hay gobiernos opresores que no se ocupan del bien de sus pueblos?

El problema es que para ejercer su “Divina Providencia” Dios desea que los seres humanos colaboremos libremente en la realización de sus planes.  Y en esto fallamos mucho:  unos, porque causan los males, y otros, por no tratar de aliviarlos y remediarlos.

Así pues, ese alimento diario, que pedimos en el Padre Nuestro y que Dios nos proporciona a través de su Divina Providencia, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el Pan Espiritual.  Los hebreos se alimentaron del maná en el desierto.  Era un pan que bajaba del cielo, pero era un pan material.    

Sin embargo, nosotros tenemos un “Pan” mucho más especial que “ha bajado del Cielo y da la Vida al mundo”.  Ese Pan espiritual es Jesucristo mismo, Quien nos enseñó a pedir “nuestro pan de cada día”.  Él es ese Pan Vivo que bajó del Cielo para traernos Vida eterna.

No nos quedemos pendientes solamente del alimento material.  El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma.  Dios nos provee ambos.

Dios ha dispuesto que el pan material, el cual carece de vida, nos mantenga y conserve la vida del cuerpo.  Y también ha dispuesto para nosotros ese otro Pan Espiritual que es la Vida misma, pues es Cristo con todo su ser de Hombre y todo su Ser de Dios.

¡Cómo será la Vida que ese Pan Divino puede comunicar a nuestra alma!  ¡Qué prodigio que la Vida misma pueda ser comida, pueda ser nuestro alimento espiritual!  Quien lo recibe –si lo recibe dignamente- recibe la Vida de Dios misma.

¡Cuán admirable será la vida del alma en nosotros, que comemos un Pan Vivo, que comemos la Vida misma en la Mesa del Dios Vivo!  ¿Quién jamás oyó semejante prodigio, que la Vida pudiera ser comida?  Sólo Jesús puede darnos tal manjar.  Es Vida por naturaleza; quien le come, come la Vida.  Por eso el Sacerdote, al dar la Comunión dice a cada uno: ‘¡El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo guarde tu alma para la Vida Eterna!

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